miércoles, 31 de agosto de 2011

Dos hombres que quisieron ser escritores



Uno nació en Biel, Suiza, en 1.878. El otro en Rheydt, Alemania, en 1.897. Uno se fue a vivir con su hermano a Berlín antes de terminar la escuela y allí trabajó en una oficina mientras escribía poesía. Nunca dejó de ser pobre. El otro, pobre también, mientras escribía obras de teatro consiguió terminar sus estudios y que lo llamaran Doctor. Ambos amaban la literatura. Uno se internó voluntariamente en la década del veinte y nunca más volvió a vivir afuera hasta su muerte en el neuropsiquiátrico de Herisau, el 25 de diciembre 1.956. El otro empezó a rodearse de locos a partir de la década del veinte y nunca se apartó de ellos hasta su muerte el 1º de mayo de 1.945. Los editores jamás los tuvieron en cuenta y los despreciaron. Uno adquirió notoriedad póstumamente y a su pesar, ya que “lo que para otros es lo máximo, para mí es lo mínimo” Simplemente deseaba que nadie lo viera. Apareció muerto en la nieve de un día de Navidad y escribió cosas como esta: “los ojos transmiten ideas, por eso los cierro de vez en cuando, a fin de no verme obligado a pensar”

El otro deseaba ser visto, escuchado y respetado por las masas. Lo consiguió, a un precio inconmensurable. Se suicidó junto a su familia un día de los trabajadores y su cuerpo apareció calcinado. La Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin y Alemania estaba en llamas. Escribió que “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”

Uno se llamó Robert Walser y es tal vez el máximo escritor de Suiza, admirado por Kafka. El otro se llamó Paul Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda del Tercer Reich y es tal vez el mayor demagogo del siglo XX. Los microgramas de uno y la biografía del otro llegaron a mí el mismo día y por la misma mano. Y me resultó muy curioso que llegaran juntos. Por eso ordené sus caos arbitrariamente. Como corresponde ordenar cualquier cosa.



sábado, 27 de agosto de 2011

Disculpe

Disculpe si no me presento

Disculpe si no le contesto

Disculpe si no estoy disponible

Disculpe si no me cambio

Disculpe si no me baño

Disculpe si no me afeito

Disculpe si no le digo que pase

Disculpe si no le invito a un café

Disculpe si no me lavo los dientes

Disculpe si no le comento

Disculpe si no me levanto

Disculpe

Disculpe

Disculpe

Pero por lo que más quiera

No deje de quererme jamás

Porque eso nunca

Pero nunca

Se lo perdonaré





martes, 23 de agosto de 2011

Pena


No tengo luz

No anda la estufa

La compu tiene un virus

Que me deja sin acentos

El teléfono sin batería


El cheque no se acreditó

El corazón es grande

Pero la cama también


Me acostaría ya mismo

A comer arroz con leche

Pena haber dejado todas las sábanas

En el lavadero

Y que el arroz esté

tan pero tan duro.



sábado, 13 de agosto de 2011

Los buzones abandonados

Alguien debiera hacer algo por esas pocas cartas que duermen en los estómagos postales. Es que ya nadie abre los buzones. Y esto ocurre hace años. Pero claro, a Ud. no le interesa porque despacha su correspondencia por e-mail. Lo cierto es que los Jefes de las Oficinas de Correos son reemplazados por jóvenes que los olvidan porque simplemente no se dieron cuenta de que están ahí. Esos enanos rojos que hay en algunas esquinas parecen haber desaparecido del paisaje porteño. Yo sé que hay personas que aún los ven. Un señor mayor que le despacha una carta a su hijo que vive lejos, con estampillas y todo. O un chiquito que les deja un pedido a los Reyes Magos porque no confía en sus papás. Incluso algún travieso que mete en la ranura una hoja de papel de diario embadurnada con pegamento, o la hoja seca de un paraíso. Haré algo. Estoy seguro de que algún Jefe Jubilado, de puro responsable que es, ha conservado una copia de la llave maestra de todos los buzones de Buenos Aires. Y cuando me la preste los abriré y me encargaré de que lleguen sus contenidos a destino, aunque sea demasiado tarde y el remitente haya muerto o ya no crea en los Reyes Magos. Porque una Oficina de Correos es algo muy serio. Y es mejor una carta que llega tarde a una que no llega jamás. ¡Pero no se equivoque! No solamente soy un Robin Hood, también tengo mis mezquindades. Me anima un deseo que apenas puedo confesar. Quien le dice si entre las cartas de cierto buzón de Palermo no encuentro una dirigida a mí. Esa carta que soñé en tantas noches de desvelo y que ahora, intacta bajo el polvo del olvido, tal vez me ayude a comprender algunas cosas.

lunes, 8 de agosto de 2011

El tiempo recobrado

Cuando me lo contó sus ojos mostraban sorpresa. Cuarenta años de casada con un hombre que leía a Proust y ella lo supo tiempo después, revisando trastos. No sólo lo leía, sino también lo subrayaba y comentaba. Yo estuve ahí, apuntó sobre Combray. La escuché en silencio. Sus ojos revelaban cierta admiración además de sorpresa, como si ese dato cambiara su juicio sobre el hombre con quien durmió durante cuatro décadas. El llegaba siempre cansado, ella era ama de casa, y conversaban trivialidades en la cena. Traía consigo “A la sombra de las muchachas en flor” y me mostró un párrafo subrayado: “Es muy difícil para cualquiera calcular exactamente en qué escala ve sus palabras o sus movimientos otra persona” Mientras hablaba me pregunté cómo se puede ocultar una pasión, en la casa o en la conversación, a la persona que se ama. O cómo ésta no es capaz de descubrirla. Su esposo leía a Proust pero nunca se lo dijo, vaya a saberse por qué, y ella jamás lo notó. Tal vez sea tiempo perdido revolver los muebles viejos de otra vida nuestra, aquella en la que compartimos momentos con alguien, y descubrir qué poco sabemos del otro y de nosotros mismos. Aunque pensándolo bien, quizás sea una buena forma de entender algunas cosas, y así recobrarlas. Como le sucedió a ella, que no sabía que él leía a Proust.

jueves, 4 de agosto de 2011

Mi próxima novela

Respetable público, les dejo una sinopsis de mi próxima novela, por si alguien quiere aportar algún detalle. Ya está en pruebas de imprenta pero toda sugerencia será bien recibida. Para esos están los amigos, verdad?


"Cypriano de Ranelagh" cuenta la historia de un gaucho poeta, orgulloso y sentimental, pero su mayor defecto es poseer una gran nariz hasta lo ridículo. Está enamorado de una mujer hermosa, su prima Rudecinda, pero dada su propia fealdad, no espera nada de ese amor. Rudecinda, por su parte, está enamorada del Zoilo, otro paisano. A diferencia de Cypriano, el Zoilo es un lindo mozo, pero no es elocuente. Cypriano pacta con el Zoilo escribirle las cartas de amor a Rudecinda, pues de esta forma logrará al menos expresarle a su amada sus sentimientos. Rudecinda, cada vez más impresionada del espíritu de su amor, confiesa al Zoilo conmovida, que si bien el amor hacia él comenzó por el atractivo físico, ahora era su alma lo que ella amaba. Esto resulta demoledor para el Zoilo y euforizante para Cypriano ya que ella menciona que le gustaría aunque fuese feo. Pero el Zoilo muere y nadie le explicará a Rudecinda la verdad de la historia. Después de la muerte del Zoilo, Cypriano se transforma en el gran compañero de Rudecinda, la va a visitar todos los días exactamente a las 6:00 pm. Pero un mal día Cypriano se retrasó pues al pasar al galope se ensartó un pedazo de ombú rompiéndose el cráneo y el chambergo, y le indican que no se puede mover de la tapera o de lo contrario morirá, pero Cypriano de puro cabezón que es va a verla a la Rudecinda, le cuenta lo ocurrido y muere al salir, al lado de su fiel caballo "Fogonazo"

FIN






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