Esa precaución me hizo recordar una experiencia que tuve.
Con mi amigo Carlos (en realidad siempre le llamamos Cacho, pero de grande ya no le gusta el apodo) teníamos la costumbre de salir de viaje sin destino preestablecido. Así fue que una vez terminamos en el carnaval de Río sin haberlo planificado, y según se fueran dando las circunstancias.
Pero el primer viaje que hicimos así fue para el sur. Una noche salimos de nuestras casas, siempre diciendo que íbamos a la quinta de un amigo (tendríamos 17 o 18 años)
Y nos pusimos en la ruta a hacer dedo. Casi de inmediato se detuvo una camioneta roja con dos tipos. Ellos iban hasta Bahía Blanca (unos 700 km. al sur de la ciudad de Buenos Aires) nos preguntaron adonde íbamos nosotros.
- A Bahía Blanca! Dijimos
Nos pusimos detrás de la "F100", en la cabina descubierta. Llevábamos carpa, mochila, calentador y un molesto caño de aluminio que reemplazaba los parantes delanteros de la carpa. Ese caño siempre nos trajo problemas.
El viaje iba sin contratiempos, más allá de que los tipos “volaban” por la ruta solitaria. Iban realmente rápido. Ellos reían bastante y tomaban Coca Cola todo el tiempo del pico de una botella grande.
Cuando faltaban unos cincuenta km. para llegar y se detuvieron a cargar nafta, se largó una lluvia torrencial. Nos invitaron a ir con ellos adelante. Cuando nos convidaron la coca, nos dimos cuenta que en realidad era vino.
Nos preguntaron adonde íbamos a parar en Bahía Blanca y como se dieron cuenta que no nos esperaba nadie, nos dijeron que en el fondo de la casa donde ellos estaban había un parque perfecto para poner nuestra carpa. Eran amigables y dijimos que sí.
La casa estaba en los suburbios de la ciudad, en la zona marginal, y era horrible.
Quiero decir que era prácticamente lo que aquí llamamos una “villa miseria” con casitas de chapa.
Pero la de ellos no. Cuando llegamos, en el comedor había media docena de tipos jugando a las cartas, atendidos por un travesti. En la mesa había un arsenal de cosas de todo tipo. Uno de nuestros amigos nos mostró en el fondo de la casa, donde íbamos a “vivir”
Nos miramos con Cacho (perdón, con Carlos) y nos dimos cuenta que no nos podíamos quedar un minuto más allí. La excusa que dimos fue que el parque estaba embarrado por la tormenta, que preferíamos ir al centro de la ciudad a una pensión. Nos dijo que de ninguna manera, que había también lugar adentro de la casa. Mientras teníamos esta charla “amable”, se escuchaban las carcajadas del resto del grupo, todos completamente borrachos.
Les dijimos que íbamos a irnos y a nuestro anfitrión no le gustó. Mientras estábamos que sí y que no, se dirigió hacia el grupo de la mesa como para preguntar qué hacía con nosotros. Pero los otros estaban tan mal que no entendían bien que estaba ocurriendo, y cuando el tipo se acercó a ellos, aprovechamos para tomar nuestras cosas y salir disparados.
Me imagino que ustedes habrán visto “Pulp Fiction” de Tarantino. ¿Se acuerdan de la escena del reloj de Bruce Willis? Cuando tenía todo listo para la fuga y manda a su novia a su departamento a buscar sus cosas. Le encarga especialmente que no se olvide el reloj de su padre, y ella se lo olvida…Y a riesgo de que lo mataran va por él…
Ya habíamos ganado un par de cuadras corriendo y riéndonos de lo cerca que nos había pasado el peligro, cuando mi amigo Cacho (perdón, me refiero a Carlos) me dice:
-el caño
- ¿qué?
- nos olvidamos el caño
- Es un caño, Cacho, busquemos otro
- no, lo hizo mi tío especialmente para la carpa porque se perdieron los parantes originales. Si vuelvo sin el caño me mata.
- Cacho, si volvemos me parece que nos matan ellos
- tengo que ir a buscar el caño
- entonces vamos…