martes, 27 de diciembre de 2011

Diario del año de la peste

Entre los años 1664 y 1666, una plaga asoló a Londres y sus alrededores, dejando más de 70.000 muertos. Posiblemente fue peste bubónica y, desde luego, la mayoría de las personas la atribuyeron a la voluntad divina.

En 1.720 otro brote de peste apareció en Marsella y con ella el temor volvió a reinar en Londres. Un señor apellidado Foe (comerciante de vinos, periodista, estafador, espía y más de una vez encarcelado por deudas) decidió aprovechar el temor popular, como lo hacen nuestros actuales periodistas, comerciantes y estafadores, y publicó un ficticio diario sobre los hechos ocurridos seis décadas antes, firmado por un tal “H.F.”, donde desordenadamente narra anécdotas, da explicaciones científicas, brinda consejos ante futuras epidemias, desenmascara farsantes, y nos recuerda que Dios está en todos los sucesos de este mundo.

Cuenta que cuando en una casa se detectaba la peste se prohibía la salida de los integrantes de la familia, estuvieran infectados o no, lo cual condenaba a muerte a todos sus integrantes; que en algunos casos la aparición de los signos físicos de la enfermedad era inmediata: tumores y carbuncos supurantes; llagas, pústulas y tumefacciones dolorosas que se “curaban” mediante emplastos y cataplasmas y, si éstos no servían, mediante cortes y la aplicación de cáusticos que provocaban dolores insoportables. En otros casos, el infectado no mostraba ningún síntoma y se daba cuenta de su condición un par de horas antes de morir. La ciudad vivió una época llena de solidaridades y mezquindades, de escenas dantescas con carros donde los cadáveres se apilaban sin que nadie pudiera llevar a enterrarlos porque el cochero también había muerto; con miles de personas con recursos huyendo de la ciudad y así desparramando el mal por toda Inglaterra; con los pobres quedándose por no tener adonde ir, contentos de conseguir los trabajos más expuestos y poder llevar comida a sus hogares y con ella, la enfermedad. Gente que por estar aprovisionada de víveres no salió casi nunca de las casas hasta que lo peor pasó. Y todas las noches pletóricas de alaridos, quejidos e invocaciones al Señor.

El Sr. Foe cuenta también historias como esta: “Recuerdo a un ciudadano quien, luego de haber escapado así de su casa en Aldersgate Street o algún sitio próximo, recorrió el camino que conducía a Islington. Intentó entrar en la Posada del Angel, y luego en la del Caballo Blanco, dos albergues que son conocidos desde entonces siempre con los mismos rótulos, mas fue rechazado. Entonces llegó a Pied Bull, una posada que también subsiste con su antiguo nombre. Les pidió alojamiento por una sola noche, afirmando que iba a Lincolnshire y asegurándoles que estaba completamente sano y libre de la peste, la que por entonces aún no había llegado a esos parajes.

Le dijeron que no disponían de ninguna habitación libre, pero que tenían una cama arriba en el desván, y que podían darle esa cama por una noche, pues esperaban a unos ganaderos con reses para el día siguiente; de modo que, si quería aceptar ese cobijo, podría disponer de él, cosa que el hombre hizo. Así pues, enviaron con él a una criada con una candela, para que le mostrara la habitación. El hombre estaba muy bien vestido y aparentaba ser una persona no habituada a dormir en un desván. Y cuando entró en la habitación, exhaló un profundo suspiro y dijo a la criada: “ Pocas veces he estado en un aposento como éste” Pero la criada le aseguró nuevamente que no tenía nada mejor; “Bueno” dijo el hombre, “tendré que arreglarme. Es ésta una época espantosa; pero es sólo por una noche” Se sentó al borde del lecho y pidió a la muchacha que le subiera algo, creo que una pinta de cerveza caliente. Por lo tanto, la criada fue a buscar la cerveza, pero alguna cuestión urgente de la casa, que quizás la ocupó en otra tarea, hizo que lo olvidara; y ya no subió más al desván.

A la mañana siguiente, al no ver aparecer al caballero, alguien de la casa preguntó qué había sido de él a la criada que le había enseñado el camino. “¡Ah!” Exclamó sobresaltada, “me olvidé completamente de él. Me pidió que le llevara un poco de cerveza caliente, pero me olvidé” Ante esto, mandaron, no a la muchacha, sino a otra persona para que subiera a ver, quien, al entrar en el cuarto, lo encontró cadáver, rígido y casi frío, echado en cruz sobre la cama. Tenía las ropas arrancadas del cuerpo, las mandíbulas caídas, los ojos abiertos en la más terrorífica de las expresiones y una de sus manos fuertemente agarrotada sobre la manta de la cama, de manera que era evidente que había muerto poco después de que la criada lo dejase solo”

El autor de este magnífico libro, queriendo aparentar antecedentes nobiliarios que no tenía, se agregó un “De” al apellido originario y también escribió la historia de un marinero perdido al que llamó Robinson Crusoe.

Pero blasones no le faltaron a Daniel Defoe para escribir este Diario del año de la peste: nació en St. Giles Cripplegate, un lugar donde la peste atacó violentamente a sus pobladores, y fue hijo de un carnicero, actividad que por su falta de higiene fue arrasada durante aquellos sombríos años.

Y por supuesto, recomiendo calurosamente su lectura.

ADVERTENCIA: durante la lectura del “Diario…”, este cronista ha padecido fiebre, tos, secreción de humores espesos y pegajosos y aftas en la boca. Lejos de él querer obtener con la descripción de estos síntomas un efecto amedrentador en el posible lector, lo aquí dicho responde a la más pura y objetiva realidad de lo que le sucedió. Por la gracia de Dios se encuentra en franca mejoría y ninguna vinculación le atribuye a lo que en el libro de Defoe se cuenta.

11 comentarios:

SIL dijo...

No emule a Defoe/Foe aprovechando el temor popular para amedrentar a sus lectores.

No creo que haya riesgo de contagio alguno, y si no llego al 2012, lo libero de cualquier responsabilidad civil y/o comercial y/o moral al respecto.

Beso, Marcelo.

SIL

BLAS dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
miralunas dijo...

la verdad? apestosa, su recomendación. sobre todo para el verano, en que las pestes con humores pegagosos pululan tan libremente!
fíjese que en mi florero han aparecido unas cositas que se mueven y ahora me siento cómplice del dengue. sin embargo, si usté lo recomienda...y más, si el autor fue un farsante. deberé tenerlo en cuenta!
besos

Marcelo dijo...

Gracias Sil. Leelo entonces, que no te vas a arrepentir!

Marcelo dijo...

Blas: en este contexto, el verbo rematar que usaste me ha inquietado un poco...
Tengo la peste (me refiero al libro de Camus) en su momento lo empecé y no funcionó. Lo retomaré porque esta noche ya estoy extrañando el Diario...(anoche lo rematé)

Marcelo dijo...

Gracaias Miralunas! No serán renacuajos? pobrecitos!!!! No me digas que la lectura que recomiendo no es ideal para leer en la playa. Que te harás lugar para clavar la sombrilla me parece que es indudable!
Un beso

Daniel Os dijo...

Nada más apropiado que una buena peste para cerrar el año y hacerse atender a modo de festejo sostenido durante una semana.

Penicilina y felicidades,
D.

esteban lob dijo...

Hola Marcelo:

En verdad, la descripción sobrecoge.

Siempre pienso en lo agradable que debe haber sido vivir en el pasado, menos al razonar en que no había en aquel entonces vacunas...ni fútbol.

Cada loco con su tema.

Un abrazo.

Cristina dijo...

Definitivamente mi peste es existencial: sin mocos, pero con un humor espeso y pegajoso, casi maligno.
Las buenas lecturas suelen ser sino el remedio, un agradable placebo.
Gracias por esta crónica , tan saludable.
(Escribir, sana?)

Laura dijo...

Feliz comienzo de año, Marcelo y mis mejores deseos para ti y los tuyos.

BLUEKITTY dijo...

Pero....qué lo mató al hombre en la Posada? La descripción pareciera ser la de una muerte por terror, quizá una aparición lo espantó?

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