domingo, 23 de marzo de 2014
Sumario apresurado de lectura y pensamientos otoñales
Este domingo invita
a muchas cosas. Ese sol que ya no duele pero que calienta tímidamente me
estimula a pensar en:
1 1) Olga
de Kiev, la santa viuda vengadora.
2 2) Que a
Stalin le hubiera encantado Putin, pero que lo hubiera liquidado por las dudas
luego de ascenderlo a Jefe de Departamento en la KGB.
3 3) Que
Borges el ciego, y Stevenson el tuberculoso, amaban a vikings y piratas porque
los miraban desde la ventana de su cuarto, como amigos con los que no se puede
jugar.
4 4) Que
en esta mesa en la vereda donde pienso, más que un café, se imponía una copa de
vino tinto, en homenaje al sol que seguro rebotaba, mágico, en la copa.
5 5) Que
haberme traído a Cocteau fue sabio, él también prefiere las mañanas de domingo.
Aunque me maraville con unas cenas de domingo:
“Le debo muchos tesoros a Lucien Daudet. Aparte del de su amistad, y de haber
encontrado en su familia a otra familia, fue a través de él que conocí a la
emperatriz Eugenia, a Jules Lemaitre y a Marcel Proust. Durante una cena de
domingo en la calle Bellechasse conocí a Jules Lemaitre. Léon Daudet nos había imitado a Zola y dicho,
con su ceceo, las frases que aquél hubiera pronunciado a propósito de la
actualidad política y literaria. No era necesario haber conocido a Zola para
saborear la imitación y sentir su impacto. Léon no imitaba, resucitaba a un
hombre, y no se trataba de una farsa, sino de un prodigio, de algo que se
imponía, asustaba y embrujaba a todos los comensales. De vez en cuando dispersaba los fantasmas con
su risa estentórea parecida a una palmada sobre un hombro. A continuación la
mesa servida se convertía en mesa de médium, el fantasma ceceante se familiarizaba, volvía
y tomaba cuerpo de nuevo”
“Después de la cena, Reynaldo Hahn se sentó al piano y cantó L’ile heureuse, de Chabrier. Al igual
que en casa de Madeleine Lemaire o en su habitación del muy misterioso hotel de
los Réservoirs, en Versailles, Reynaldo cantaba con el cigarrillo a un lado de
la boca, y su exquisita voz del otro, la mirada en el cielo, todo el pequeño
jardín a la francesa de sus mejillas azuladas girado hacia la sombra y el resto
de su persona, en rueda libre, detrás del piano, en una inclinación suave y
nocturna”…
”El 14 de julio cenamos en la plaza de la Bastilla, en los “Quatre sergents de la Rochelle”, con la
ventana abierta sobre los bailes populares, la condesa de Noailles, la señora
Scheikevitch, Jules Lemaitre y yo. Era un rito, una doctrina.
Edmond Rostand se unió a nuestra última cita. Una antigua desavenencia separaba
desde Cyrano de Bergerac al autor de
este drama y al crítico de los Contemporains.
Aquel encuentro, una noche de 14 de julio, era una trama amistosa de Anna de
Noailles. Al parecer, Jules Lemaitre era el único crítico que no había hecho
sonar las fanfarrias del triunfo. Según él, Cyrano
era el broche de la Guirlande de Julie y
no aportaba nada nuevo.
Nuestra velada comenzó de maravilla. Rostand quería deslumbrar a Lemaitre y
deslumbrarnos a nosotros. De pronto, el monóculo de Rostand cayó y se rompió.
El camarero que nos atendía se precipitó y guardó los trozos. La cajera hizo
monerías y reclamó un trozo. Entonces Rostand sacó del bolsillo un segundo
monóculo que dio a la cajera y un tercer monóculo que se encajó en un ojo.
¿Se irritó Lemaitre por la cantidad de monóculos? ¿Era la última gota que
esperaba el vaso? Lo cierto es que cuando Rostand quemó el mantel con su
cigarrillo y portándose como un chiquillo, fingía temor y pretendía no saber
qué hacer, Jules Lemaitre salió de su mutismo para decir en tono seco: “Es muy sencillo, firme el agujero”
Los petardos, los gritos de la gente y la inspiración de Anna de Noailles
arreglaron las cosas. Pero fue nuestra última cena en los Quatre sergents de la Rochelle”
Me
resulta un domingo prodigioso. Pienso en lugares y personas mencionados por Cocteau para buscar.
Disfruto de su “inclinación suave y nocturna” y en esa cena que fue “un rito,
una doctrina” Comprendo también por qué el mozo salió a mi encuentro en la
vereda para saludarme e invitarme a que me siente, a reconvenirme porque hacía
tiempo que no iba a ese sitio llamado “La pharmacie”. Debía sentarme allí para
disfrutar de una mañana que empezó con Olga de Kiev y continuó en París. Fue un
error evidente no haberme pedido una copa de vino para terminar el encuentro. No cumplí con una inclinación que debió ser
un rito, una doctrina.
Los párrafos fueron transcriptos de "Retratos para un recuerdo" de Jean Cocteau. Y la ilustración es del mismo autor "Reynaldo chante L’ile heureuse" Y en la música, el mismo Reynaldo cantando esa canción.
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