Volver a Liniers es una recordación permanente. Una foto vieja; un pasaje del barrio que sigue igual, o alguien que me encuentro por la calle. Había bajado a buscar algo al chino y de frente venía un señor con dos chiquilines de la mano que me resultaba cara conocida. Para hablar con más exactitud, lo que me resultaba familiar era su nariz ganchuda. Antes de seguir mi relato quiero decir que los adolescentes, incluso los niños, gustan de poner apodos a los demás, a veces crueles. A mí me decían Cabezón (muchos amigos todavía me siguen llamando así aunque mi cabeza ahora luce más proporcionada con relación al resto del cuerpo, pero de chico era verdaderamente grande) y si me querían hacer enojar me decían Fósforo. A otro amigo que a veces pasa por aquí le decíamos Narigón, y de más chicos, Pinocho. Había dos hermanos que tenían varias desdichas. Una que eran de pelo claro y ojos verdes. O sea, distintos. Otra, que la madre creo que los tenía medio amarrados. Había más: jugaban poco y muy mal al fútbol y eso en el barrio merece cierta reprobación. Quedar último en la fatal selección del “pan y queso” para determinar los equipos, es una horripilancia que no se le desea a nadie. Pero además tenían otro infortunio: sus ojos de un hermoso color verde eran saltones, dos pares de huevos prácticamente. Conclusión, que les decíamos “Los Marcianos”. Nunca supe sus nombres y si los supe, no los recuerdo. El disgusto de compartir equipo, la madre que los llamaba, lo poco que hablaban y esos ojazos definitivos verdaderamente los hacía de otro planeta. El último sobrenombre que mencionaré en este intermedio es el de alguien que no recuerdo de dónde era (del barrio? del cole? de algún club?) Lo cierto es que la naturaleza había sido caprichosa al decidirle su rostro, no porque tuviera algún rasgo demasiado prominente, simplemente la distribución, los detalles tan raros, así que se lo designó “Cara extraña” y a otra cosa, porque nadie puede discutir el apodo que le toca en suerte. Generalmente demostrar dolor o enojo ante el sobrenombre no hacía más que incrementar su uso y la satisfacción de los designadores, por esa crueldad que mencioné antes.
Pero vuelvo a la tarde de hoy, a mí me estaba pareciendo que el que venía de frente con dos chicos (sus hijos? acaso sus nietos?) no era otro que “Condorito”. De más está decir que lo llamábamos así por la nariz ganchuda y el flequillo que lo hacía tan parecido al personaje de historieta. No le gustaba a Condorito que le dijéramos Condorito, y mucho menos si estaba charlando con una chica. No recuerdo su nombre, para todos era Condorito. La última vez que lo vi habrá sido hace veinte o veinticinco años, ahora era un señor mayor, cómo llamarlo de ese modo tan infamante para él delante de sus hijos o nietos? Me quedaba la alternativa de una amiga para cuando se ha olvidado el nombre del interlocutor y le manda un “qué hacés Campeón!” pero no me parecía justo conmigo mismo porque yo sí me acordaba que era Condorito.
Por suerte el señor de nariz ganchuda como la de Condorito, no era Condorito. Igual ya tenía resuelto el intríngulis dos metros antes de cruzarlo, una manera que me dejaba en paz conmigo mismo, que demostraba afecto pero también respeto, y que incluso podría realzarlo delante de sus hijos (acaso sus nietos)
Pensaba decirle “que hacés tanto tiempo, Cóndor!”
5 comentarios:
Y Cóndor suena más épico, suena mejor que un personaje humoristicos, cuyos interlocutores hace "plop".
Al final, qué pena que no fuese Condorito.
Cóndor es más señorial, pero lo hubiera despojado de su infancia.
Mejor que no era, entonces.
Besos.
¿Por qué en todos los blogs me piden que demuestre que no soy un robot?
¡No soy un robot!
- Hasta la vista, baby.
Tal cual Demiurgo!
jajajaja gracias Esteban!
Ud forma parte de La Resistencia, Sil. Se lo agradezco tanto!
Publicar un comentario