Al Hurgador de Libros le gusta ese parque de la ciudad. No tanto por lo que es, sino por lo que significa para él (aunque para Borges probablemente sea la misma cosa)
El parque ha sido siempre un paraíso de libros viejos, perdidos o encontrados. De los mil puestos del lugar hay uno que le atrae especialmente: lo regentea una enigmática señora que -contraviniendo una regla pacífica y universal- no permite que nadie entre en contacto directo con los libros a través de los sentidos del tacto y del olfato. En efecto, a las hileras de volúmenes los tapa con un nylon, quedando condenado el visitante al engañoso sentido de la vista o a la inquisición verbal. Y no conforme con semejante profilaxis (¿será esa una práctica de libro seguro?) la proveedora corona su puesto con un cartel semiapocalíptico que reza “PROHIBIDO APOYAR COSAS EN LOS LIBROS”
Al Hurgador siempre le llamó la atención el recurso empleado para imponer distancia, ya que la atmósfera parece justificar mejor un “PROHIBIDO TOCARME LOS LIBROS”
Toda la situación indigesta al inquieto caballero, y así, dubitativo, se queda como expectante, momento en que la señora le pregunta qué busca y él, lacónicamente, le responde con un “nada”, da media vuelta y se va. Esta situación se repite hace diez años todos los sábados, de marzo a noviembre.
Sin embargo en la última visita una voz interior contestó por él: “Cualquiera de Robert Walser”. El efecto que causó, una vez más, sorprendió al Hurgador. La señora, lejos de alegrarse por el cambio de ceremonia (acercamiento, duda, pregunta y respuesta inapelable: “nada”), se violentó y respondió, estentórea: “NO TENGO NINGUNO DE ESE AUTOR”
El Hurgador sintió un ligero vahído (como todos los vahídos) y se retiró, no sin antes juramentarse volver al puesto en pos de eterna venganza. Para ello organizó un plan meticuloso y variado:
El primer sábado de cada mes le preguntará a la señora si tiene un libro imposible, como por ejemplo cualquiera de Bruno Schulz o los Doce Poemas Mortales de Recúpero.
El segundo sábado hurgará un poquito levantando el nylon, y ante una hipotética reprimenda alegará no haber incurrido en la conducta prohibida, puesto que se cuidará de apoyar sobre los libros objeto alguno.
El tercer sábado mantendrá su rutina decenal y le contestará que no está buscando nada (es que las costumbres procuran insistentemente su conservación)
El cuarto sábado de cada mes planificará algo verdaderamente especial: le regalará una rosa a alguna dama que deambule por los puestos –en lo posible extranjera, ya que como leyó del inhallable Walser: “todo lo extranjero, no sé por qué, tiene cierto sello de nobleza”- y le rogará que deposite lacónicamente el pimpollo sobre los libros de la malvada Elphaba devenida en librera, para desentrañar así su cosmología: ¿será la flor para la pérfida tan cosa como un maletín, un paraguas, un bolso o un capote militar?
Pero si el mes tuviera un quinto sábado, El Hurgador descansará. Tal vez, leyendo un libro en el banco de una plaza que no signifique nada para él.
14 comentarios:
Vaya mujer más antipática. Me ha encantado el relato. Besos.
Hola Marcelo:
Es como siempre una estupenda divagación.Pero creo que el talentoso y fiel hurgador no descansará.
Un abrazo.
Una especie de dragón que custodia un palacio.
El Hurgador burlará al monstruo.
Beso grande, Marce.
SIL
Para los hurgadores como yo, personajes como esta vieja son el mismo diablo. Es como una vidriera sin los precios a la vista. Y para colmo nos obliga a la inquisición verbal, jajajajajaa, eso me encantó.
Decí que por cada una de éstas hay 20 que te dejan acariciar, oler, maravillarte con los libros.
Tendría que vender e-books ;)
Buenísimo relato-
J&R
Elphaba? Mmmmmm....
No oyó hablar de Surulunda, la vieja bruja protectora del libro de los conocimientos secretos?
Qué librera tan antipática. Al libro hay que tocarlo antes, no digo olerlo, porque las prácticas olfativas no son lo mío, pero tocarlo y leerlo sí.
Yo no compro ningún libro sin haberlo empezado a leer en la librería, así que sería imposible que le compre algo a esa mujer que no deja tocarlos.
Saludos.
¡Es un TREMENDO pecado que no se pueda tocar un libro!
Ni hablar de olerlos, acariciarlos, y por supuesto leerlos una y mil veces.
Hola!!!
los libros estan para tocarlo y así sentirlos, y tenerlo para vos....
Buen domingo y un abrazo de oso.
Otra visión sería que esa librera debe amar tanto los libros que no desea vender ninguno ni que los toquen para que no se deterioren...
Igualmente creo que yo actuaría como el Hurgador... y es más juntaría a un grupo de amigos que ese primer sábado cada media hora le pidan un título o autor imposible... podría entrar en la desesperación de no conocerlos... ;)
Gran relato...! :)
Con frecuencia se funden los artistas en su propio arte pero, en este caso, el espectador se ha fundido en el artista… Debo ser esa extranjera para no perderme la primera fila.
D.
Yo huelo los libros y el olor me habla de quien antes que yo lo sostuvo entre sus manos, me dice si lo apoyo sobre su pecho, si suspiro muy cerca...Me gusta cuando divagas porque creas mundos que conozco. Un beso Marcelo.
Paso A dejarte un abrazo grande.
¿No tenía "Los Doce Poemas Mortales de Recúpero"? Esa antipática librera no merece la pena que vuelvas NINGUN sábado mas. Besotes, M.
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