Freí milanesas
Volqué un poco de aceite
Lavé los platos
Limpié la cocina
el baño
Tendí la ropa
Barrí
Al final
El impulso no cesaba
Y lavé mi corazón
Quedó limpio y perfumado
No hay caso con la plancha
Arrugado me quedó
Como siempre
Se puede llevar una camisa que esté un poco sucia, pero una camisa arrugada, jamás
15 comentarios:
Muy hacendoso te leo... :)) Besotes, M.
Y los hombres como tú...¿en qué sección del supermercado los encontramos?
Marce, las arrugas del corazón son indelebles. Como las grietas del alma.
Pero significa que ¨hemos vivido¨.
Un corazón sin arrugas es como de plástico, vio, de siliconas, naaa, naaaa.
Beso.
SIL
¡Qué trabajador!
Esas arrugas nos siguen, Marce.
Son nuestras marcas de identidad.
Abrazo.
Antón.
Bueno... el corazón tiene mucho trabajo, recibe constantemente estímulos y contraestímulos ( lo que quiera que sea eso), así que mientras esté limpio y perfumado, no me importa que esté arrugado.
En cambio, una camisa...
ay no,
eso
sí
que
no.
;-)
Imposible planchar un corazón que ha sido usado...... :(
ummmm.... :)
Me has recordado a un amigo que yo tenía. Nunca llevaba los zapatos sucios...Desgraciadamente, yo sí. Y un día desapareció sin dejar rastro. No sé si se fue a por tabaco, o porque, en realidad, nunca pudo soportar mis zapatos sucios.
Me encantó la composición.
Besos
La poesía de lo cotidiano no es sencilla señor Suárez, sí enormemente bella. Lo común vence a los individuos y da de comer a los terapeutas...Usted prefiere juntarlo en versos y que parezca extraordinario.
Siento mucho lo del accidente ferroviario que habeis tenido en Buenos Aires. Espero que no tengas tu ni tus comentaristas a nadie querido entre las víctimas, querido Marcelo. Muchos besotes, M.
Venite a casa y dame una manito, ya que a parte de marido ahora se me instaló el cuñado!!!
Abrazos y me diste antojo de mielcitas y milanesas.
Para ciertas cosas no hay plancha que valga!
Purificar el corazón, como se limpia la propia casa es una bonita analogía. Por más cursi que suene, un corazón limpio, para mi, es aquel que no dejó entrar el rencor
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