Las últimas batallas, cuando uno de los bandos ya sabe que está perdiendo, son las más encarnizadas. Siempre fue así, y así seguirá siendo. Pasó en Malvinas con Monte Longdon o en la Segunda Guerra con Okinawa. Y en las batallas de la Independencia también. San Martín ya había abdicado a favor de Bolívar toda la gloria en pos de la libertad americana. Pero los realistas no se iban aún del Perú, y el 6 de agosto de 1.824 se libraría la anteúltima batalla: Junín.
Bolívar, que tenía ocho mil hombres (incluídos los granaderos de San Martín) y se enfrentaría contra diez y ocho mil realistas, arengaba así a su ejército:
“¡Soldados! Los enemigos que vais a destruir se jactan de catorce años de triunfos; ellos, pues serán dignos de medir sus armas con las vuestras que han brillado en mil combates.
¡Soldados! El Perú y la América toda aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria, y aún la Europa liberal os contempla con encanto porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo. ¿La burlaréis? No. No. Vosotros sois invencibles.”
Ante el primer embate de los Granaderos al mando de Mariano de Necochea los Húsares de Fernando VII respondieron eficazmente, hiriendo al líder y provocando el desbande de las fuerzas americanas. El choque de las caballerías fue a sable y lanza. Uno de los primeros en retirarse estratégicamente fue Bolívar , quien pese a su valeroso discurso, “cruzó como un relámpago la distancia que los separaba de la infantería” Detrás de ellos iban los realistas, a la caza de los fugados.
Pero había oculto un escuadrón de reserva, esperando el momento oportuno. Estaba al mando del Coronel Manuel Isidoro Suárez, quien dejó pasar al ejército realista y atacó su retaguardia por un flanco que había quedado al descubierto.
El desenlace cambió dramáticamente. Los que estaban huyendo volvieron sobre sus pasos, y el Coronel Suárez selló una de las últimas victorias de la emancipación americana. Además tuvo tiempo de rescatar al General Necochea: “Las heridas de Necochea fueron... ¡14!: cuatro sablazos en la cabeza; dos que le quebraron el brazo izquierdo, que debieron amputarle; una en la mano derecha que le inutilizó los tres últimos dedos; dos lanzazos en el costado izquierdo, uno de los cuales le perforó el pulmón, a raíz de lo que sufrió una concusión y falleció 25 años después; una estocada en el vientre y cuatro heridas más en los brazos”
Por supuesto que la victoria tuvo un dueño inmerecido: Bolívar. Pero bueno, la política también gobierna las batallas desde adentro.
Me agrada este combate por varios motivos: porque no me lo contaron en la escuela pese a haber sido tan importante; porque no se disparó un solo tiro (toda la lucha fue a lanza, sable y cuchillo); porque hoy casi nadie sabe quien fue el gestor de la gran victoria; y porque el Coronel Suárez fue el bisabuelo de Borges, quien así recuerda a su insigne antecesor:
//
PAGINA PARA RECORDAR AL CORONEL SUAREZ, VENCEDOR EN JUNIN
"Qué importan las penurias, el destierro,
la humillación de envejecer, la sombra creciente
del dictador sobre la patria, la casa en el Barrio del Alto
que vendieron sus hermanos mientras guerreaba,
[los días inútiles
(los días que uno espera olvidar, los días que uno
[sabe que olvidará),
si tuvo su hora alta, a caballo,
en la visible pampa de Junín como en un escenario
[para el futuro,
como si el anfiteatro de montañas fuera el futuro.
Qué importa el tiempo sucesivo si en él
hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde.
Sirvió trece años en las guerras de América.
Al fin
la suerte lo llevó al Estado Oriental, a campos del Río Negro.
En los atardeceres pensaría
que para él había florecido esa rosa:
la encarnada batalla de Junín, el instante infinito en que laslanzas se tocaron la orden que movió la batalla,
la derrota inicial, y entre los fragores
(no menos brusca para él que para la tropa)
su voz gritando a los peruanos que arremetieran,
la luz, el ímpetu y la fatalidad de la carga,
el furioso laberinto de los ejércitos,
la batalla de lanzas en la que no retumbó un solo tiro,
el godo que atravesó con el hierro,
la victoria, la felicidad, la fatiga, un principio de sueño,
y la gente muriendo entre los pantanos,
y Bolívar pronunciando palabras sin duda históricas
y el sol ya occidental y el recuperado sabor del agua
[y del vino,
y aquel muerto sin cara porque la pisó y borró la batalla...
Su bisnieto escribe estos versos y una tácita voz
desde lo antiguo de la sangre le llega:
—Qué importa mi batalla de Junín si es una gloriosa memoria,
una fecha que se aprende para un examen o un lugar en el atlas.
La batalla es eterna y puede prescindir de la pompa
de visibles ejércitos con clarines;
Junín son dos civiles que en una esquina maldicen a un tirano,
o un hombre oscuro que se muere en la cárcel"
//
No me gustan las guerras, como a la mayoría. Por otra parte, creo también que los americanos supimos aprovechar las distracciones napoleónicas. Pero me gusta ese Borges que no perdona nunca a sus tiranos. Me gustan los olvidados de la historia. Me gusta el gesto despojado de San Martín, a quien sus pares jamás pudieron honrar en las siguientes y vergonzosas batallas. Me gusta Necochea y sus múltiples heridas, que le permitieron vivir 25 años más.
Me gusta Suárez, escondido, esperando la llamada de la gloria...
/
Tal vez el destino quiso a Suárez en Junín para que lo evoque su bisnieto en esas hermosas letras.
Junín me lo recordó Gloria esta noche, en la voz de Borges.
Referencias:
La batalla sin humo, Carlos Pachá (lagazaeta.com.ar)
Elgrancapitan.org